Cuando el escritor colombiano Gabriel García Márquez, en su ponencia Botella al mar para el dios de las palabras, insinuó sobre la necesidad de actualizar y humanizar a la ortografía de la lengua española, provocó gran revuelo entre los intelectuales y escritores, quienes dijeron que era una idea descabellada.
Casi dos décadas después, todo indica que la botella lanzada al mar por el nobel colombiano sí llegó a su destino, y que la deidad a quien iba dirigida, se dio a la tarea de formular una respuesta que parece promesa de una revisión más profunda.
Por lo pronto, el adelanto tiene como finalidad evitar confusiones y para ello propone un solo nombre para cada una de las letras del abecedario, entre ellas la “be” y la “uve”, la exclusión de los dígrafos “ch” y “ll”, y la supresión de la tilde diacrítica en los pronombres demostrativos esta, esa, aquella, sus masculinos y plurales, por mencionar algunas disposiciones que aligeran la carga de quien tenga la intención de redactar un mensaje.
Falta mucho todavía para que saltándose toda razón etimológica y de significado, el dios de las palabras nos sorprenda con la supresión de toda homofonía, y que entonces, con más fuerza sea el contexto quien otorgue el sentido y significación por la que apelan las disposiciones más recientes en cuestión ortográfica.
Por lo pronto, en este texto, se enumeran varias reglas ortográficas que norman el uso de letras homófonas. Ejercicio pleno de subjetividad, porque a juicio de quien esto escribe, se hizo una selección de las más complicadas, se dan ejemplos y se proponen ejercicios como práctica, mientras que en aquellas consideradas como más sencillas, bastó con citarlas y ejemplificarlas.
Parece una felonía enfatizar en asuntos ortográficos, más si estas generaciones disponen de la tecnología que les resuelve al instante toda duda, si la computadora les subraya los errores y hasta les propone alternativas, aunque a la larga resulta mejor si todos estos datos los almacenamos en nuestro cerebro junto a otros que también resultan trascendentes para la vida cotidiana y de paso, mostramos cierta independencia de las máquinas.
Casi dos décadas después, todo indica que la botella lanzada al mar por el nobel colombiano sí llegó a su destino, y que la deidad a quien iba dirigida, se dio a la tarea de formular una respuesta que parece promesa de una revisión más profunda.
Por lo pronto, el adelanto tiene como finalidad evitar confusiones y para ello propone un solo nombre para cada una de las letras del abecedario, entre ellas la “be” y la “uve”, la exclusión de los dígrafos “ch” y “ll”, y la supresión de la tilde diacrítica en los pronombres demostrativos esta, esa, aquella, sus masculinos y plurales, por mencionar algunas disposiciones que aligeran la carga de quien tenga la intención de redactar un mensaje.
Falta mucho todavía para que saltándose toda razón etimológica y de significado, el dios de las palabras nos sorprenda con la supresión de toda homofonía, y que entonces, con más fuerza sea el contexto quien otorgue el sentido y significación por la que apelan las disposiciones más recientes en cuestión ortográfica.
Por lo pronto, en este texto, se enumeran varias reglas ortográficas que norman el uso de letras homófonas. Ejercicio pleno de subjetividad, porque a juicio de quien esto escribe, se hizo una selección de las más complicadas, se dan ejemplos y se proponen ejercicios como práctica, mientras que en aquellas consideradas como más sencillas, bastó con citarlas y ejemplificarlas.
Parece una felonía enfatizar en asuntos ortográficos, más si estas generaciones disponen de la tecnología que les resuelve al instante toda duda, si la computadora les subraya los errores y hasta les propone alternativas, aunque a la larga resulta mejor si todos estos datos los almacenamos en nuestro cerebro junto a otros que también resultan trascendentes para la vida cotidiana y de paso, mostramos cierta independencia de las máquinas.